10/19/07

Poesía de nuestro tiempo

Provocadores, lúdicos, alusivos, estos poemarios nos permiten tomar el pulso de la poesía más actual del país.

Dos poemarios relativamente nuevos avivan el panorama de la poesía puertorriqueña contemporánea. El de John Torres, ‘Fracturas del devenir’, juega con el lector de varias maneras. La secuencia misma de los poemas guarda un orden inverso, de atrás hacia delante. Los primeros poemas que figuran en el libro pertenecen a la sección numerada “3.1”; los últimos a la que se identifica como “0”.

El recurso instala un talante lúdico que se afirma en los juegos semánticos y de palabras: ‘devuelves tu tiempo/ da vuelta tu templo/ tu tiempo es prestado’ (en ‘El sistema del doctor Kevorkian’). En ‘El microbito de Kafka’, el juego contempla una progresión: ‘Debemos el aliento a nadie/ debemos alentar a nadie/ debemos persuadir a nadie’ en un poema cuyo tema es la negación, precisamente, del valor de las palabras y de la permanencia de los sentimientos: ‘Las palabras son cifras exponenciales/ despojadas del soplo originario/ y esto es todo lo que nos queda’ y ‘Véndeme tus recuerdos/ véndeme todos los que quieras olvidar’.

Se trata de una manera de darles la vuelta a las palabras para que proyecten más ampliamente sus significados, implicaciones y sugerencias mediante novedosas combinaciones, de la misma manera en que se le puede dar la vuelta a una piedra preciosa para que la luz se refracte de diferentes maneras. Son, efectivamente, fracturas, quiebras anticipadas en el título mismo del poemario. El juego de palabras se refleja también en el juego intelectual/cultural del poemario. El lector debe estar en estado de alerta continuo, tan sutiles son a veces las claves alusivas.

En algunos casos, los poemas nos refieren a un sentimiento o a una situación que está tan sólo delineada: El poema ‘Poética minimalista’, por ejemplo, lo es. Tras un epígrafe más largo que el poema mismo, leemos tres versos de una sola palabra cada uno: ‘Decir,/ casi/ nada’. Con ello se desata una compleja red de sugerencias sobre la palabra y la poesía, y el poder sugeridor de ambas.

El poema ‘Eclipse’ roza con lo místico al explorar la aparente contradicción del tópico consagrado de la ‘noche oscura’: ‘En la oscuridad todo es diáfano,/ entre la niebla se levanta la imagen/ libre de toda forma/ perfecta/ despojada al fin/ de la últimapalabraengendrotodocomunicador/ luego regresa el sol/ a dar fe de lo invisible’.
La temática del poemario, la economía y eficacia de los recursos poéticos -imágenes, juegos de palabras, yuxtaposiciones (excesivamente difíciles de penetrar en ocasiones)-, apuntan hacia los comienzos de una trayectoria que habrá que seguir.

El poemario de Federico Irizarry Natal se anuncia como una provocación desde su título mismo: ‘Kitsch’, es decir, remedo descontextualizado del gran arte, imitación paródica, reto a la arbitrariedad del “buen gusto”, mímesis y eclecticismo. Se trata de una poesía muy irónica, muy consciente de sí, cuyo artificio se hace patente desde la ordenación misma de los poemas: alfabéticamente.

El lector va de sorpresa en sorpresa; de revelación en revelación. El poeta va desde el movimiento anticlimático de ‘Ars’: ‘Entusiasmado/ salí temprano en la mañana/ a robarme el fuego de los dioses,/ pero regresé tarde y lento/ fumándome un cigarrillo’ hasta el hilarante desafío a la tradición poética romántica de ‘Sobre un tono apocalíptico adoptado recientemente en poesía’: “Sentirse entre rinocerontes;/ reconocerse el asesino; sacudir la gota de pis en el cenicero,/ todo ello/ muy bien/ puede ser poesía... ‘¿Qué es poesía?’, dices mientras clavas/ en tu inquietud extraña un dedo inútil… / ‘¿Qué es?’, insistes. Y no puedo más/ que proponerme a replicar a duelo./ A estas alturas en que no se mata/ ni se muere uno por amor,/ ninguna otra puede ser mi réplica:/ Poesía no eres tú./ ¡Quien lo probó lo sabe!”.

“Tentado”, efectivamente, “por el verso ajeno”, Federico Irizarry Natal pone en juego una fuerza paródica que implica reflexión tanto sobre la condición humana como sobre la actualidad y sobre la poesía y su trayectoria. En ‘Volován’ escribe: ‘En la masmédula/ de Trilce/ habita Altazor’.

Hay aquí poemas verdaderamente antológicos. En ‘Uppercut’, por ejemplo, el objeto de la proyección paródica no es, como suele ser el caso, ni el sentimiento, ni el arte ni lo sublime, sino la violencia -ya paródica por sí- de la pantalla. Tras una serie descriptiva de acciones sangrientas y crueles –‘Pensar en clave de sangre salpicada/ contra el espejo retrovisor;/ de masa encefálica;/ de bota dirigida hacia la frente de algún chico duro…’- el poema termina: ‘Pensarlo todo en secuencia acelerada/ de largometraje y de banda sonora./ Y luego ser. Sencillamente ser/ hacia el hondo relincho de la cámara/ el vibrante centro de la toma’.

Tremendamente mordaz, devastadora, es la ironía contenida de ‘Camp’. La imagen de Albizu Campos preside, desde un cartel en la pared de un bar, sobre la ‘Enérgica Generación Medalla,/ yuppies y barbies nacionalistas// que te reclaman,/ divo de la nación…’.

El poemario está cargado, efectivamente, de referencialidades que se distorsionan continuamente para establecer puntos de apoyo en la realidad más actual. Uno, tan feroz en su visión crítica del momento como lo fue el soneto de Quevedo de la etnicidad del sujeto original, es el titulado ‘Yuppies’: ‘Érase un hombre a un celular pegado,/ érase un figurín superlativo,/ érase un yuppie muy formal y altivo/ érase un fleje imberbe bien parado,/ era un gabán de mall mal encarado,/ érase casi un dólar pensativo/ érase un hierofante ejecutivo, / era Marylin Manson trajeado…’.

El lector pasa de poema en poema de este libro descubriendo visiones nuevas, inéditas, sorprendentes. El movimiento temático interno va del humor al sarcasmo, pasando por la reflexión, usando imágenes muy gráficas (en ‘Jeans’ dice: ‘Juventud, divino trasero’), sumamente ingeniosas e imaginativas. La poesía de Federico Irizarry Natal deleita y sorprende, divierte y conmina a repensar nuestro tiempo.

Carmen Dolores Hernández
Crítica Puertorriqueña

Poeta y antipoeta

Se fue para Chile sabiendo que quien siembra palabras cosecha poesía y luego de cambiar tres de nuestros veranos por los fríos inviernos de Santiago regresó para recoger, de su trabajo sobre la letra, el fruto de un poemario ya maduro. No en balde, ya durante sus años de juventud esa misma semilla había sido sembrada en él. Federico Irizarry Natal se reconoce como el producto de las tertulias entre amigos del Colegio Ponceño y “lo inteligente como interesante que José Víctor Madera” -profesor de aquel entonces- “hacía las clases”.

Detrás de su rostro -“rojo como el bronquio de un pescado”, lee uno de sus versos- se encuentra el escritor que escapa a la receta del poeta exigido a raíz de la lectura de sus poemas. “Provocador desde la página; en lo personal una persona completamente conservadora, políticamente correcto”. Así habla quien en medio de un café describe su infancia como, “una normal para cualquier niño de clase media”.

Ingresó a la universidad con la idea de realizar estudios conducentes a medicina, pero como descubre luego de pertenecer al Circulo Literario René Marqués y algunos poemas publicados durante esos días, siempre parece haber más de una fórmula para hacer las cosas. Al menos fue como resolvió el dilema de pasar del interés por la psiquiatría al estudio de la literatura durante su segundo año de universidad. “Diría que la medicina me intereso de otra manera”, señala el autor de Kitsch, su primera entrega gracias a Isla Negra Editores.

Cuando explica las razones por qué escribe no parece haber abandonado del todo su vocación por la salud mental y la conducta humana. Comenta que, “se escribe por necesidad, por desconocimiento -en la medida en que la literatura sirve como vía de conocimiento, pues uno va de alguna forma percibiendo distintas visiones de mundo-, y como terapia sin lugar a duda. Para no quedarse da’o, para vengarse del mundo pues no se escribe para transformarlo. También es terapéutico eso”.

Chile

Confiesa deberle mucho a la poesía chilena, al estimulo del profesor chileno Luis Díaz Márquez, de la Universidad Católica de Ponce, y a su amigo y poeta, también chileno, Jermaín Flores. Pero más que nada fue el deseo de conocer ese mundo, o más bien otras visiones de mundo, lo que lleva a Federico hasta Chile. En Santiago, en tento realiza estudios doctorales, no sólo descubre otra realidad sino que también encuentra múltiples maneras de nombrarla a través de la poesía.
“Chile me dio la oportunidad de conocer la antipoesía -que ya conocía acá- desde la perspectiva de su evolución a través de otros poetas como Enrique Lihn, Manuel Silva Acevedo, Óscar Hahn, Gonzalo Millán, Rodrigo Lira, Bruno Vidal… y de alguna forma me di cuenta que la evolución de la poesía llevaba hacia otros lares que no se daban en lo antipoético de Parra”.

Así como no cree en el poeta como un ser especial, por eso antipoeta, tampoco cree en una poesía única y estática sino más bien que cree en ella como punto de partida y viaje. “Siempre se parte de la necesidad de dialogar con otros textos para dar respuestas a ciertas lecturas que con el tiempo se van haciendo; de alguna manera uno siente que es necesaria una respuesta por lo leído”, apunta.

Pensando en el lector, admite Federico que “el poeta viene a ser en cierta medida sólo una conciencia estructurante de las palabras. No se quien es el lector… escribo quizás para distintos niveles de lectores. Yo creo que escribo hasta cierto punto para quien pueda disfrutarse las imágenes, el vértigo de la escritura al momento. Pero también creo que hay un segundo nivel que permite el abordaje más profundo de un lector que quizás sea un poco más exigente. En fin, escribo para alguien que desconozco; y dentro de ese alguien que desconozco, que bien pudiera ser colectivo, me incluyo a mi mismo”.

Jorge David Capiello-Ortiz
Poeta puertorriqueño
El Nuevo Día, 21 de julio de 2006, pág. 84-85.