10/19/07

Poeta y antipoeta

Se fue para Chile sabiendo que quien siembra palabras cosecha poesía y luego de cambiar tres de nuestros veranos por los fríos inviernos de Santiago regresó para recoger, de su trabajo sobre la letra, el fruto de un poemario ya maduro. No en balde, ya durante sus años de juventud esa misma semilla había sido sembrada en él. Federico Irizarry Natal se reconoce como el producto de las tertulias entre amigos del Colegio Ponceño y “lo inteligente como interesante que José Víctor Madera” -profesor de aquel entonces- “hacía las clases”.

Detrás de su rostro -“rojo como el bronquio de un pescado”, lee uno de sus versos- se encuentra el escritor que escapa a la receta del poeta exigido a raíz de la lectura de sus poemas. “Provocador desde la página; en lo personal una persona completamente conservadora, políticamente correcto”. Así habla quien en medio de un café describe su infancia como, “una normal para cualquier niño de clase media”.

Ingresó a la universidad con la idea de realizar estudios conducentes a medicina, pero como descubre luego de pertenecer al Circulo Literario René Marqués y algunos poemas publicados durante esos días, siempre parece haber más de una fórmula para hacer las cosas. Al menos fue como resolvió el dilema de pasar del interés por la psiquiatría al estudio de la literatura durante su segundo año de universidad. “Diría que la medicina me intereso de otra manera”, señala el autor de Kitsch, su primera entrega gracias a Isla Negra Editores.

Cuando explica las razones por qué escribe no parece haber abandonado del todo su vocación por la salud mental y la conducta humana. Comenta que, “se escribe por necesidad, por desconocimiento -en la medida en que la literatura sirve como vía de conocimiento, pues uno va de alguna forma percibiendo distintas visiones de mundo-, y como terapia sin lugar a duda. Para no quedarse da’o, para vengarse del mundo pues no se escribe para transformarlo. También es terapéutico eso”.

Chile

Confiesa deberle mucho a la poesía chilena, al estimulo del profesor chileno Luis Díaz Márquez, de la Universidad Católica de Ponce, y a su amigo y poeta, también chileno, Jermaín Flores. Pero más que nada fue el deseo de conocer ese mundo, o más bien otras visiones de mundo, lo que lleva a Federico hasta Chile. En Santiago, en tento realiza estudios doctorales, no sólo descubre otra realidad sino que también encuentra múltiples maneras de nombrarla a través de la poesía.
“Chile me dio la oportunidad de conocer la antipoesía -que ya conocía acá- desde la perspectiva de su evolución a través de otros poetas como Enrique Lihn, Manuel Silva Acevedo, Óscar Hahn, Gonzalo Millán, Rodrigo Lira, Bruno Vidal… y de alguna forma me di cuenta que la evolución de la poesía llevaba hacia otros lares que no se daban en lo antipoético de Parra”.

Así como no cree en el poeta como un ser especial, por eso antipoeta, tampoco cree en una poesía única y estática sino más bien que cree en ella como punto de partida y viaje. “Siempre se parte de la necesidad de dialogar con otros textos para dar respuestas a ciertas lecturas que con el tiempo se van haciendo; de alguna manera uno siente que es necesaria una respuesta por lo leído”, apunta.

Pensando en el lector, admite Federico que “el poeta viene a ser en cierta medida sólo una conciencia estructurante de las palabras. No se quien es el lector… escribo quizás para distintos niveles de lectores. Yo creo que escribo hasta cierto punto para quien pueda disfrutarse las imágenes, el vértigo de la escritura al momento. Pero también creo que hay un segundo nivel que permite el abordaje más profundo de un lector que quizás sea un poco más exigente. En fin, escribo para alguien que desconozco; y dentro de ese alguien que desconozco, que bien pudiera ser colectivo, me incluyo a mi mismo”.

Jorge David Capiello-Ortiz
Poeta puertorriqueño
El Nuevo Día, 21 de julio de 2006, pág. 84-85.

No hay comentarios.: